6 jul 2013

En bici por la Ciudad de México

La ciudad vista desde dos ruedas

Todos los días, excepto los viernes, voy de mi casa en Coyoacán a la oficina en Polanco y de regreso. Son 13.5 kilómetros de ida y 14 de regreso. Hago 45 minutos de ida y 50 de regreso. Cruzo apenas un cachito de la ciudad, en las delegaciones Coyoacán, Benito Juárez, Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo. Paso por colonias como Parque San Andrés, Portales, Del Valle, Condesa, Juárez y Polanco. Un día decidí salir con mi cámara Go Pro para grabar todo el recorrido y mostrarles a los no ciclistas lo fácil que es subirse a la bici. Dividí el recorrido en 9 videos para no hacerlo tan tedioso. Abajo pongo tres, el resto los pueden ver aquí. Espero que les resulte interesante!
Tramo 1 - Coyoacán a Del Valle


Tramo 2 - Colonia del Valle


Tramo 8 -  Condesa y Reforma 


23 jun 2013

Un año después

Hoy hace exactamente un año comenzó mi aventura en bicicleta por Europa. El 23 de junio de 2012 descendí del tren en Penzance, Inglaterra, junto con mi recién comprada Surly Long Haul Trucker, y comencé a pedalear. No sabía bien a lo que iba, y mi preparación era sólo teórica, nada práctica. Tenía la vaga ilusión de recorrer primero Gran Bretaña, luego Europa, y finalmente Asia. Pero, más que los destinos o las metas, me atraía la idea de la aventura en sí misma, la incertidumbre, la libertad absoluta. Despertar cada mañana y pedalear a donde se me diera la gana, hasta que yo quisiera. Dormir en cualquier sitio, comer lo que encontrara a mi paso, absorber los paisajes y toparme todo tipo de gente. Había renunciado a mi empleo y comprado un boleto sencillo a Europa. Me fui con pocas expectativas, y muchas ganas de dejarme llevar por el camino. 

Mosquito Bikes, Islington, Londres. 23 de junio de 2012

Coyoacán, Ciudad de México. 23 de junio de 2013

Durante los siguientes 6 meses recorrí poco más de 8,500 kilómetros en la bicicleta y pasé por 14 países, hasta llegar a Turquía. Nunca llegaría a Asia: me quedé justamente en Estambul, esa gran ciudad partida por el Bósforo, que marca la frontera entre los dos continentes. En algún punto (con la llega del invierno, creo) la idea de llegar a Asia perdió su brillo, y en enero volví a casa satisfecho.  

¿Cómo pedir un cuarto de hotel en Bulgaria? La comunicación
fue uno de los retos cotidianos que enfrenté en el viaje.

Hoy, a un año de distancia, me cuesta un poco de trabajo creer que realmente ocurrió todo aquello. Como he escrito en este espacio, mi vida es de nuevo rutinaria, convencional, estable. Pertenezco de nuevo a una sociedad que es la mía, aunque no termine bien por entenderla: ya no soy el outsider itinerante, el extranjero, el ciclista exótico. Es verdad que sigo atado a mi bicicleta, que ahora es mi medio de transporte en la caótica Ciudad de México. Pero claramente la aventura se terminó. De vez en cuando miro con nostalgia las fotos de la expedición, y me ilusiona la idea de volver a la ruta algún día. 

Autonomía: cuando todo lo que necesitas se mueve en dos ruedas.

Por otra parte, estoy consciente de que el viaje me cambió de varias formas. Las ilusiones, las expectativas y los sueños que me inspiraron a planear esa aventura, han evolucionado con el tiempo o han desaparecido. Durante el viaje aprendí a apreciar muchas cosas que antes no valoraba correctamente por tenerlas tan cerca. La perspectiva viene con la distancia. La apreciación de las amistades, de los lazos afectivos, viene con la soledad. Aunque sólo estuve fuera de casa 7 meses, el aprendizaje de vida fue enorme.

Hoy, mis planes y ambiciones han cambiado. Por supuesto haré otros viajes en bicicleta, aunque probablemente pensados no en torno a distancias o metas, sino centrados en experiencias sociales, culturales y naturales. Pero, en general, creo que obtuve lo que quería de mi viaje en bicicleta: una cierta perspectiva, una cierta calma para mirar al mundo y a la vida. El viaje me ayudó a reflexionar sobre lo que quiero hacer con mi vida. No encontré respuestas en las montañas de Escocia o en los bosques de Alemania, pero creo que al menos comencé a plantearme las preguntas correctas. El grado de introspección que fomenta una experiencia de esa naturaleza es excepcional. 


La tranquilidad del bosque, a veinte kilómetros por hora.
Algún lugar del noreste de Bavaria, Alemania.

La "desintoxicación" del viaje no ha concluido. Un viaje intenso, un viaje bien vivido, es uno del cual jamás regresamos por completo. En mi caso, la experiencia de recorrer Europa durante seis meses me ha provocado una cierta fascinación por muchas de las cosas que ví. Y esa fascinación me motiva a continuar aprendiendo sobre las culturas y países con los que estuve en contacto. No es tan difícil hoy en día: uno puede escuchar estaciones de radio y leer periódicos de cualquier país. A través de un Kindle, es posible comprar y leer libros sobre la historia de todos los imperios y regiones. Gracias al email y a Facebook, mantenernos en contacto con los amigos que hicimos en el viaje es tan fácil como teclear y hacer clic. 

Incluso uno puede ir más allá, y volver a los sitios que lo cautivaron para vivir o estudiar ahí. En mi caso, uno de los legados de mi viaje fue mi renovado interés por estudiar un posgrado en Europa -y más concretamente, en Alemania. Lo mío son las políticas públicas y resulta que los alemanes tienen una excelente escuela de esta materia, en Berlín. Desde hace un mes y medio estoy en clases de alemán.  La competencia por un lugar en el programa que me interesa será férrea, pero vale la pena hacer el intento. Hasta antes del viaje jamás no había considerado seriamente la posibilidad de hacer un posgrado en Alemania. 



Estación central de trenes en Frankfurt-am-Main, Alemania


Algún día quiero redactar y ordenar mis memorias del viaje y publicarlas. Tengo recuerdos muy vívidos todavía, pero debo darme prisa para ponerlos en papel (o en caracteres digitales) antes de que comiencen a disiparse. La memoria está viva, la memoria siempre cambia, y es caprichosa. Pero esa tarea de redacción de memorias avanza lentamente, por mi crónica escasez de tiempo. Eventualmente, estoy seguro, tendré un manuscrito que quizá sea de interés para otras personas -o quizá no. Lo importante es que se convierta en un tesoro de mi aventura.

Por lo pronto hoy, a un año de que comencé a pedalear, puedo decir con convicción que la decisión que tomé al emprender esa aventura fue correcta. Pese a que gasté una proporción enorme de mis ahorros, no tengo duda de volví más rico de lo que me fui. Es cierto que uno nunca sabe a ciencia cierta cómo lo van moldeando las experiencias de vida. Sin embargo, lo que es evidente es que el mayor aprendizaje nos llega cuando salimos de nuestra zona de confort y aceptamos la incertidumbre y los riesgos del camino. Nuestra respuesta a los retos del camino es lo que va forjando nuestro carácter. Y cuando miramos hacia atrás y constatamos todo lo que hemos avanzado, resurge nuestra confianza para seguir adelante. 


6 may 2013

La vida (y el blog) después del viaje

Tenía el blog medio abandonado desde que volví a México el 20 de enero, y estaba seguro de que lo encontraría todo abandonado, con telarañas y polvo. Sin embargo, me sorprendió notar que el blog está recibiendo mucho tráfico -paradójicamente, en promedio recibe más visitas al día ahora que cuando estaba de viaje! De hecho, en abril -mes en que no publiqué absolutamente nada- este blog recibió 3,445 visitas, un 13% más que en noviembre pasado (que fue el mes con más visitas durante todo el viaje). En otras palabras, estos días el blog recibe en promedio115 visitas al día, que no está nada mal para un sitio en el que no se mueve ni una mosca. 

Por otra parte, es curioso que la mayoría de las visitas llegan al blog por dos entradas: número uno por mucho es, ¿Para qué países necesitamos visa los mexicanos?  Es un post que escribí en noviembre de 2011, antes de realizar un viaje de cinco semanas por el sureste asiático. El otro post es sobre el ferrocarril transiberiano, que escribí en octubre de 2011. Pero francamente no tengo ni idea de qué hacen los internautas una vez que acaban de leer esos posts. ¿Se siguen con otros? ¿O simplemente abandonan el blog para siempre? Son preguntas que me intrigan, aunque no tanto como para analizar con detalle las estadísticas del blog.

La vida sigue

Desde que volví de mi expedición ciclista mi vida ha estado bastante movida. El trabajo es interesante y estimulante: me siento afortunado por tener un trabajo que me permite seguir aprendiendo cada día, tanto a través de mis propias lecturas y análisis como de mis colegas. Aparte del trabajo, disfruto de la convivencia con mis amigos y seres queridos. También tengo varios hobbies: jugar y estudiar ajedrez, continuar perfeccionando mi francés, aprender alemán (autodidacta hasta este momento, pero inicio clases la próxima semana), escribir las memorias de mi viaje,  quizá con la intención de publicarlas algún día (llevo escrito el día 9, de 167!) y jugar fútbol rápido con los colegas del trabajo (ya no soy lo que era, o lo que nunca fui, pero aún me divierte). Y de vez en cuando me escribo con los amigos que hice en el viaje -a veces en español, inglés o francés, y otras veces usando Google Translate para redactar unas líneas cuasi-incomprensibles en turco o serbo-croata. Al mismo tiempo, estoy viendo (lentamente) qué hacer con mi vida en los años por venir: quiero estudiar un posgrado aunque no tengo aún muy claro en qué, ni en dónde.


Muchos aspectos de mi vida cotidiana hoy en día son similares a como eran antes de emprender el viaje en bici. Pero hay cambios notables. Por ejemplo, no me he bajado aún de la bicicleta: la misma Surly LHT en la que viajé 8,500 km en Europa. La uso todos los días (excepto los viernes) para ir al trabajo, un recorrido de 13.5 km en cada dirección. El odómetro, que no se puede resetear, ahora marca casi 9,500 km. El odómetro me recuerda cada día que el viaje sigue, aunque yo esté en casa y rodeado de personas de toda la vida. El viaje no se acaba mientras uno conserve el gusto por aprender, por conocer nueva gente, por explorar nuevas facetas de una cotidianedad que no deja de sorprendernos aún si siempre hemos convivido con ella.

¿Tengo en mente otros viajes? Por supuesto que sí. Me gustaría ir a sitios como Georgia, Armenia, Azerbaiyán e Irán. Quiero volver a Islandia. Quiero conocer Canadá. Y me atrae la idea de visitar Shangái, X'ian y Chongqing en China. Pero no tengo prisa. En este momento estoy disfrutando mi vida, tal y como es, en la Ciudad de México. Ya habrá tiempo para otros viajes. No hay que comerse el mundo a puños. Aún no he terminado de digerir el viaje de siete meses que llegó a su fin en enero: ni siquiera he visto todas las fotos (y son varias miles). Sin duda un día haré otro viaje en bicicleta. Quizá retomaré el recorrido que no terminé, iniciando en Estambul y terminando en China. Pero no hay prisa. Como me dijo mi amigo Albert Wood de Inglaterra, hay un dicho irlandés que dice "When God made time, he made plenty" (cuando Dios hizo el tiempo, hizo mucho).  


Hay que apreciar y disfrutar cada etapa de la vida. Lo que estoy haciendo ahora es lo que extrañé tanto cuando estuve de viaje: trabajar en cosas interesantes, convivir con amigos y seres queridos, tener días llenos de actividad. Por supuesto, nunca se puede tener todo: a cambio de estos elementos, tengo que renunciar a otros que sí tenía cuando estaba de viaje, como la libertad y autonomía absoluta, la novedad y la aventura como única rutina, el tiempo para reflexionar y el reto de superarme a mí mismo cada día en la bicicleta, rodeado de hermosos y cambiantes paisajes. Y si no se puede tener todo, hay que apreciar lo que se tiene y de vez en cuando variarle, para equilibrar las cosas y entender que el pasto no es más verde del otro lado. Hay que viajar cuando se tienen ganas de viajar, y volver a casa cuando la necesidad de conexiones humanas, de confort y de certidumbre excede el deseo de explorar lo desconocido.


18 feb 2013

Al volver

Hace justo 4 semanas volví al DF tras poco más de 7 meses de viaje. Me fui el 12 de junio y volví la madrugada del 20 de enero. Al día siguiente empecé a trabajar: volví a ser el yo oficinista -el yo Godínez, dirían algunos-, a cobrar en quincena, a llevar agenda y regir mi vida por los horarios, a asistir a reuniones y ansiar el fin de semana, y demás aspectos propios a la cotidianedad de un trabajador de cuello blanco. Me ha dado muchísimo gusto volver a ver a familiares, amigos y colegas a quienes extrañé tanto, y quienes constituyen, colectiva, la razón por la que estoy de vuelta. La transición del yo viajero al yo oficinista y sedentario ha sido compleja: hay momentos en los que siento que nunca me fui, por la continuidad que percibo entre el antes y el después del viaje en ciertos aspectos de mi vida. Mismas actividades, misma rutina, misma gente. 

Pero también hay momentos en los que siento que estuve lejos mucho más tiempo que esos 7 meses. Creo que el viajar solo tanto tiempo en bicicleta me permitió disfrutar de muchas sesiones de reflexión y de meditación que de otra forma no hubiera tenido. Es curioso lo que la mente hace cuando uno lleva un buen rato pedaleando tranquilo a través de un paisaje monótono, desprovisto de elementos que nos llamen la atención: como no le damos nada qué hacer, se inventa sus propias actividades. Hurga en nuestra memoria, rescata personajes y momentos, lanza preguntas, le busca significado a las cosas, intenta enlazarlas, y luego las abandona. En el viaje pensé, pensé mucho, pero no de esa forma en que pensamos cuando queremos resolver un problema. Más bien, era pensar de forma libre y sin un objetivo concreto. Mientras el cuerpo trabajaba para hacer girar los pedales, la mente se relajaba y disfrutaba la inusitada ausencia de estímulos externos. 

El rodar de la bicicleta a través de paisajes como éste propiciaba
reflexiones internas que se volvieron parte esencial del viaje.

Este proceso es quizá lo que tenía en mente el escritor y ensayista británico Alain de Botton cuando escribía en The Art of Travel (la traducción del pasaje es mía):

"Los viajes son las parteras del pensamiento. Pocos lugares son tan propicios para las conversaciones internas que aviones, barcos o trenes en movimiento. Hay una correlación casi pintoresca entre lo que tenemos frente a nosotros y los pensamientos que podemos tener en nuestra cabeza: grandes pensamientos a veces requieren grandes paisajes, y nuevos pensamientos requieren nuevos lugares. Reflexiones introspectivas que de otra forma se hubieran podido frenar son impulsadas hacia adelante por el movimiento del paisaje."

Obviamente, De Botton no tomó en cuenta el viajar en bicicleta cuando escribió esas líneas. Y sin embargo, desde mi punto de vista el ejercicio jugaba una función central para que yo pudiera disfrutar esas conversaciones internas a las que se refiere el escritor. Casi siempre iba alegre sobre la bicicleta, aún en la adversidad, porque ésta se materializaba en retos que yo tenía que esquivar o vencer. Hay algo maravilloso sobre esa combinación de ejercicio y meditación, porque al bajar de la bicicleta la magia desaparecía. No sé bien por qué. Quizá porque entonces la mente ya tenía frente a sí una multiplicidad de tareas por resolver: encontrar un lugar para dormir, recordar el vocabulario necesario para comunicarme, negociar precios, encontrar un sitio para comer, recordar otra vez el vocabulario, y así constantemente. 

Ser viajero en tu ciudad

Además de la que acabo de citar, hay otra idea muy poderosa de The Art of Travel que tiene mucha resonancia con mi propia experiencia -en particular, mi retorno a México:
"El placer que derivamos de un viaje quizá depende más de la mentalidad con la que viajamos que del destino al que viajamos. Si tan sólo pudiéramos aplicar una mentalidad de viajero a nuestros propios rumbos, los encontraríamos quizá no menos interesantes que, digamos, los altos pasos de montaña o las selvas llenas de mariposas de la Sudamérica de Humboldt" 
El punto es que cuando viajamos somos más receptivos, más observadores, más curiosos. Nos fijamos en cosas que los locales dan por hecho. Parafraseando a De Botton, al viajar no traemos ideas rígidas sobre lo que es o no es interesante, y nos fascinan los pasillos de los supermercados o los atuendos de los conductores de programas televisivos. ¿Por qué no podemos ser tan receptivos en nuestra propia ciudad, o nuestro propio país? En gran medida, porque damos por un hecho que ya hemos descubierto todo lo que hay. Estamos familiarizados con la apariencia de las calles, los edificios, las personas y la comida, así como con la cultura, las costumbres, las instituciones y los medios, de modo que es más difícil que nos resulten exóticos. Como es natural, tomamos nuestra realidad local como parámetro para medir las demás y así determinamos su grado de exoticidad. 

Pero si asumimos que la realidad de nuestra ciudad, o de nuestro país, no es el "orden natural de las cosas" sino simplemente un (des)orden, dentro de una infinidad de posibilidades, y lo contrastamos con lo que vimos y aprendimos en otros lugares, podemos seguir viajando aún cuando volvemos a casa. Entonces podremos ver cuán exóticos, cuán particulares y únicos somos nosotros mismos.

Para efectos de mi viaje (y de mi regreso), ha sido muy interesante comparar y contrastar lo que veo a diario en México con lo que veía a diario en los países europeos que visité tanto en bicicleta (Inglaterra, Escocia, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, República Checa, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia, Bulgaria, Turquía) como sin bicicleta (Islandia, Suecia, Bosnia y Herzegovina). Una de las reflexiones obligadas del viaje es, ¿qué es Europa, o qué es la civilización europea?, ¿qué cosas tienen en común estos 18 países?, ¿qué distingue a estas 18 naciones europeas de México, y qué los asemeja? 

La muestra de países que visité es muy diversa en varios aspectos. Por ejemplo, el económico: estuve en países ricos (Europa del norte), otros no tan ricos pero más prósperos que México (los de Europa central), y finalmente otros igual o más pobres que México (Turquía está casi empatada con México, pero Serbia, Bulgaria y Bosnia son países más pobres). En Suecia, el país más rico que visité, el ingreso promedio (ajustado por paridad de poder de compra) es casi cinco veces mayor al de Bosnia y Herzegovina, el más pobre. En otros aspectos, como religión o historia, la diversidad también salta a la vista.

Y a pesar de todo lo anterior, hay cosas que, después de 7 meses en Europa, me brincaron al volver a México. Cosas que marcan a México como un país distintivamente no-europeo. La primera es la aplastante, ubicua, eterna desigualdad socio-económica que el país nunca ha podido (o querido) sacudirse. Ningún país europeo muestra los contrastes entre riqueza y miseria que vemos en México todos los días, en todas las ciudades del país. En promedio, los búlgaros, bosniacos y serbios viven con menos dinero que los mexicanos. Pero su distribución del ingreso es mucho más equitativa, de modo que allá es mucho más raro encontrar niños desnutridos o explotados laboralmente. Pobreza seguro la hay, pero la miseria no me la topé por allá. No vi favelas o villas miseria (o slums, o como sea que les llamemos) en esos países, como sí las tenemos en la periferia de las ciudades mexicanas. Y seguramente tampoco tienen empresarios tan ricos como Carlos Slim, el hombre más rico del mundo. Algo hemos hecho mal en México (y en casi toda América Latina) que seguimos siendo sociedades donde tus oportunidades en la vida dependen, en un grado muy alto, de la familia en que naciste (ojo, no digo que este factor no sea importante en otras sociedades,  sino que es particularmente decisivo en las latinoamericanas y africanas, las más desiguales del planeta). 

En los pueblos de Bulgaria era común ver casas "amoladas"...
...pero nada que evidenciara la miseria que vemos en la
periferia de los pueblos y ciudades de México 

Otra cosa que salta a la vista al volver a México es la enorme cantidad de elementos de seguridad -policías y guardias privados- en prácticamente cualquier establecimiento comercial de mediano tamaño. Por ejemplo, se me hace curioso (aunque necesario) que haya policías en los supermercados y en los bancos. Y por todos lados uno ve armas de fuego. México es un país violento y con un alto nivel de crimen, y esto se refleja en la proliferación de individuos cuya función es evitar que se cometan delitos o perseguir a quienes los cometen. Si estuviera escribiendo desde muchas ciudades de la república, seguramente mencionaría también a los soldados fuertemente armados que ahora hacen las veces de policías. En los países europeos -ricos o pobres- la presencia policial es en general muy moderada (más visible en Turquía, debido al combate al terrorismo). Sus tasas de delito son también mucho más bajas.

Un ejemplo interesante del efecto del nivel de inseguridad (o de confianza) de un país en su vida comercial es el de las tiendas de abarrotes. En Turquía me llamó mucho la atención que las tiendas de abarrotes sacan su mercancía a la calle. Colocan comida chatarra y el congelador con helados y el refrigerador de refrescos sobre la banqueta. En México jamás he visto algo así. Por el contrario, lo que hacen no es sólo dejar la mercancía en el interior del establecimiento sino inclusive.. ¡poner barrotes! Muchos dueños de tiendas de abarrotes han tenido que convertir su negocio en una celda de prisión. Y lo mismo podríamos decir de las casas mexicanas, hoy convertidas en auténticas fortalezas con muros de cuatro metros coronados por todo tipo de objetos punzocortantes y alambres electrificados. 

Una tienda de abarrotes en Estambul
Bueno, pero no todos los contrastes son desfavorables para México. Aparte de volver a ver a familiares y amigos, una de las cosas más positivas de volver a la capital mexicana fue constatar que nuestro invierno es tan benigno, tan suave, que no incide en lo absoluto en las actividades cotidianas. Si acaso, la gente duerme con una cobija adicional. Tras constatar los vastos poderes depresivos del invierno europeo -desde Turquía hasta Suecia- estoy redescubriendo el maravilloso clima del altiplano mexicano (si estuviera a nivel de mar, enfrentando el calor opresivo estas latitudes tropicales, no estaría opinando igual).

En general, el ejercicio de contrastar y comparar a tu país con lo visto en viajes no te lleva a decidir si estamos mejor o peor (ya sabemos que, en la escala mundial, estamos más o menos a la mitad en casi todo lo asociado a desarrollo humano) sino a cuestionar y tratar de entender las peculiaridades mexicanas. ¿Por qué nuestras casas tienen azoteas planas en las que se colocan tinacos, pararrayos y tendederos de ropa? ¿Por qué no tenemos casas con techo a dos aguas?, ¿por qué nos dio por pintar de amarillo el borde de las banquetas?, ¿Por qué los edificios de nuestras ciudades son tan chaparros, será que de verdad le tenemos fobia a los apartamentos?, ¿a qué se debe nuestra predilección por los topes como herramienta para hacer más seguras nuestras calles?, ¿cuándo apareció el comercio informal en las calles, y en las estaciones de Metro? De pronto, veo tantos misterios en esta ciudad, tantas preguntas por responder, y me doy cuenta de que, de cierta forma, el viaje aún no ha acabado: simplemente, la ciudad que me vio nacer es mi destino actual. Quiero explorarla, analizarla y entenderla como el lugar exótico y único que es.

14 ene 2013

Volviendo a casa

"That was Asia over there, after all -right there in my view. Asia. The thought of it seemed incredible. I could be there in minutes. I still had money left. An untouched continent lay before me. But I didn't go. Instead I ordered another Coke and watched the ferries. In other circumstances I think I might have gone. But that of course is neither here nor there".
-Bill Bryson, Neither Here Nor There

Este viernes vuelvo a México tras poco más de 7 meses vagando por Europa y Turquía, principalmente en bicicleta. Originalmente planeaba seguirme de corrido hasta el Lejano Oriente. Ahora el plan es volver a México 4 meses y continuar la expedición donde la interrumpí, en Estambul. En México estaré trabajando, ahorrando, conviviendo con amigos y seres queridos, y planeando la siguiente expedición ciclista con calma.

La decisión de volver o continuar no fue sencilla. Desde el inicio del viaje en junio, y hasta mi llegada a Estambul a principios de diciembre, me enfoqué en el corto plazo, en la ruta inmediata hacia Turquía. Cuando llegué a esta megalópolis euroasiática -desde donde escribo estas líneas- celebré el cumplimiento de mi meta, y fue entonces que comencé a pensar sobre el plan para 2013. 

El plan trazado desde un inicio era continuar pedaleando en Turquía. Pero conforme me fui informando sobre la geografía de este país -el clima, la topografía, la estructura de la red carretera- me di cuenta de lo ingenuas que eran mis intenciones. Cruzar Turquía en bicicleta es un proyecto difícil; cruzar el país en medio del invierno es, de acuerdo a quien le preguntas, una idea imposible, masoquista o sencillamente muy desafortunada. Turquía es un país muy montañoso, y además tiene una elevación promedio muy considerable (la altitud promedio del país es 1332 metros sobre el nivel del mar). En Anatolia, las montañas crecen considerablemente conforme uno se mueve hacia el este del país, donde es común que el mercurio descienda hasta los -30 grados centígrados. Y aún si uno lograra, hipóteticamente, soportar estas temperaturas, cruzar el país en invierno sería muy complicado por la acumulación de nieve, que obliga al gobierno a cerrar muchas carreteras en el este del país durante varios meses. 

File:Turkey topo.jpg
Mapa topográfico de Turquía (el color indica la altitud sobre el nivel del mar; ver escala en el rincón inferior derecho)

Tras enterarme de los hechos geográficos que acabo de ennumerar, comencé a investigar la posibilidad de pedalear a lo largo de la costa del Mar Negro. Pero resultó ser otra mala idea. A lo largo de la costa del Mar Negro:
(1) Hace menos frío que en el centro del país, pero aún hace mucho frío: la temperatura oscila sobre los 0 grados, a veces mucho menos por la influencia de las corrientes de aire provenientes de Siberia. 
(2) Es la región más lluviosa del país (y en invierno, cuando no llueve, nieva)
(3) Hay una cantidad increíble de montañas y colinas (los valles son perpendiculares a la costa).
(4) Hay sólo una carretera, que resulta ser una autopista de 4 carriles -difícilmente lo más agradable para recorrer en bicicleta, y probablemente una vialidad peligrosa.

Abandoné, entonces, la idea de pedalear en Turquía durante el invierno. Mi amigo ciclista turco Kerem (a quien conocí a través de WarmShowers, la red de hospitalidad para ciclistas viajeros más grande del mundo) estuvo de acuerdo conmigo en que lo mejor era reanudar la marcha en la primavera. 

Luego consideré la posibilidad de dejar la bici en algún sitio (por ejemplo, con Kerem) e irme a viajar por la región, o por el país, como backpacker, usando trenes, aviones y autobuses. Pero la idea no me entusiasmó. Viajar en invierno, en latitudes donde el invierno sí es cosa seria (no como en las latitudes tropicales donde se ubica la Ciudad de México, por ejemplo), puede ser una experiencia miserable, y más si uno está solo. Pensé en hacer un viaje a Georgia y Armenia, volando desde Estambul. Era barato (al menos más barato que cualquier vuelo comercial en México). Imaginé la experiencia de llegar a otro país extranjero, enfrentarme a otro alfabeto desconocido y otro idioma ininteligible, negociar con taxistas, restauranteros, gerentes de hotel, cargar mi maleta, ocultarme de la lluvia y la nieve, comer en restoranes saturados con humo de cigarro, y lidiar tan temprano con la oscuridad invernal de las latitudes septentrionales. No, no quería eso. 

Frío, días cortos, nieve, lluvia, lodo:  el invierno puede ser miserable

La tercera opción era volver a casa, y trabajar (tuve la fortuna de recibir, a principios de enero, una oferta de trabajo temporal). Aunque los "pros" de esta opción eran, objetivamente, abrumadores (ver a mi familia y amigos; trabajar en algo que me gusta, y que me permite aprender y desarrollarme profesionalmente; generar ingresos y ahorrar; escapar del invierno crudo de Turquía, etc.) tuve que reflexionar varios días antes de decidirme por ella. El principal problema es que este retorno a casa no estaba en el plan, y me costaba trabajo la idea de volver antes de haber alcanzado el objetivo final, que era llegar hasta China. Pero eventualmente me di cuenta de que lo que me importaba, y lo que me había motivado a emprender el viaje, no era la idea de llegar muy lejos en bicicleta, de probarme algo a mí mismo o a los demás. Lo importante no era llegar a ningún lado, sino simplemente ir. Y cuando ya no puedes o ya no quieres ir más lejos, entonces es tiempo de ir a casa. Parafraseando a Bill Bryson, el truco para viajar felizmente en bicicleta es saber cuando parar. Y en mi caso, no solamente no puedo seguir pedaleando, sino que aún si pudiera, creo que ya no me entusiasma tanto la idea de continuar solo, particularmente en regiones inhóspitas. 

Antes de volver a casa, quiero darles las gracias a tod@s los que me han estado siguiendo a través de este muy modesto blog de viaje, así como a través de las fotos y videos que he publicado y difundido por aquí. Cuando uno viaja solo, carga siempre con un déficit de comunicación, una necesidad de comentar lo que uno ve y siente mientras viaja. Y en cierta medida este blog me ha ayudado a eso, a compartir con ustedes parte de mis experiencias sabiendo que ustedes las aprecian. Siempre me da muchísimo gusto recibir comentarios de amigos, parientes o incluso de desconocidos que se interesan por lo que publico en este espacio.

Finalmente, cabe comentarles que el blog seguirá activo. Voy a seguir publicando reflexiones sobre el viaje, ahora no tanto desde la perspectiva de una bitácora de viaje, sino a partir de temas o aspectos del viaje que estuvieron presentes en mi mente todos estos meses. ¡Nos vemos en México!

PD- Si ven mucho Bill Bryson en este post es porque en fechas recientes he estado devorando compulsivamente todos sus libros de viaje. Nunca he reído tanto al leer.