18 feb 2013

Al volver

Hace justo 4 semanas volví al DF tras poco más de 7 meses de viaje. Me fui el 12 de junio y volví la madrugada del 20 de enero. Al día siguiente empecé a trabajar: volví a ser el yo oficinista -el yo Godínez, dirían algunos-, a cobrar en quincena, a llevar agenda y regir mi vida por los horarios, a asistir a reuniones y ansiar el fin de semana, y demás aspectos propios a la cotidianedad de un trabajador de cuello blanco. Me ha dado muchísimo gusto volver a ver a familiares, amigos y colegas a quienes extrañé tanto, y quienes constituyen, colectiva, la razón por la que estoy de vuelta. La transición del yo viajero al yo oficinista y sedentario ha sido compleja: hay momentos en los que siento que nunca me fui, por la continuidad que percibo entre el antes y el después del viaje en ciertos aspectos de mi vida. Mismas actividades, misma rutina, misma gente. 

Pero también hay momentos en los que siento que estuve lejos mucho más tiempo que esos 7 meses. Creo que el viajar solo tanto tiempo en bicicleta me permitió disfrutar de muchas sesiones de reflexión y de meditación que de otra forma no hubiera tenido. Es curioso lo que la mente hace cuando uno lleva un buen rato pedaleando tranquilo a través de un paisaje monótono, desprovisto de elementos que nos llamen la atención: como no le damos nada qué hacer, se inventa sus propias actividades. Hurga en nuestra memoria, rescata personajes y momentos, lanza preguntas, le busca significado a las cosas, intenta enlazarlas, y luego las abandona. En el viaje pensé, pensé mucho, pero no de esa forma en que pensamos cuando queremos resolver un problema. Más bien, era pensar de forma libre y sin un objetivo concreto. Mientras el cuerpo trabajaba para hacer girar los pedales, la mente se relajaba y disfrutaba la inusitada ausencia de estímulos externos. 

El rodar de la bicicleta a través de paisajes como éste propiciaba
reflexiones internas que se volvieron parte esencial del viaje.

Este proceso es quizá lo que tenía en mente el escritor y ensayista británico Alain de Botton cuando escribía en The Art of Travel (la traducción del pasaje es mía):

"Los viajes son las parteras del pensamiento. Pocos lugares son tan propicios para las conversaciones internas que aviones, barcos o trenes en movimiento. Hay una correlación casi pintoresca entre lo que tenemos frente a nosotros y los pensamientos que podemos tener en nuestra cabeza: grandes pensamientos a veces requieren grandes paisajes, y nuevos pensamientos requieren nuevos lugares. Reflexiones introspectivas que de otra forma se hubieran podido frenar son impulsadas hacia adelante por el movimiento del paisaje."

Obviamente, De Botton no tomó en cuenta el viajar en bicicleta cuando escribió esas líneas. Y sin embargo, desde mi punto de vista el ejercicio jugaba una función central para que yo pudiera disfrutar esas conversaciones internas a las que se refiere el escritor. Casi siempre iba alegre sobre la bicicleta, aún en la adversidad, porque ésta se materializaba en retos que yo tenía que esquivar o vencer. Hay algo maravilloso sobre esa combinación de ejercicio y meditación, porque al bajar de la bicicleta la magia desaparecía. No sé bien por qué. Quizá porque entonces la mente ya tenía frente a sí una multiplicidad de tareas por resolver: encontrar un lugar para dormir, recordar el vocabulario necesario para comunicarme, negociar precios, encontrar un sitio para comer, recordar otra vez el vocabulario, y así constantemente. 

Ser viajero en tu ciudad

Además de la que acabo de citar, hay otra idea muy poderosa de The Art of Travel que tiene mucha resonancia con mi propia experiencia -en particular, mi retorno a México:
"El placer que derivamos de un viaje quizá depende más de la mentalidad con la que viajamos que del destino al que viajamos. Si tan sólo pudiéramos aplicar una mentalidad de viajero a nuestros propios rumbos, los encontraríamos quizá no menos interesantes que, digamos, los altos pasos de montaña o las selvas llenas de mariposas de la Sudamérica de Humboldt" 
El punto es que cuando viajamos somos más receptivos, más observadores, más curiosos. Nos fijamos en cosas que los locales dan por hecho. Parafraseando a De Botton, al viajar no traemos ideas rígidas sobre lo que es o no es interesante, y nos fascinan los pasillos de los supermercados o los atuendos de los conductores de programas televisivos. ¿Por qué no podemos ser tan receptivos en nuestra propia ciudad, o nuestro propio país? En gran medida, porque damos por un hecho que ya hemos descubierto todo lo que hay. Estamos familiarizados con la apariencia de las calles, los edificios, las personas y la comida, así como con la cultura, las costumbres, las instituciones y los medios, de modo que es más difícil que nos resulten exóticos. Como es natural, tomamos nuestra realidad local como parámetro para medir las demás y así determinamos su grado de exoticidad. 

Pero si asumimos que la realidad de nuestra ciudad, o de nuestro país, no es el "orden natural de las cosas" sino simplemente un (des)orden, dentro de una infinidad de posibilidades, y lo contrastamos con lo que vimos y aprendimos en otros lugares, podemos seguir viajando aún cuando volvemos a casa. Entonces podremos ver cuán exóticos, cuán particulares y únicos somos nosotros mismos.

Para efectos de mi viaje (y de mi regreso), ha sido muy interesante comparar y contrastar lo que veo a diario en México con lo que veía a diario en los países europeos que visité tanto en bicicleta (Inglaterra, Escocia, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, República Checa, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia, Bulgaria, Turquía) como sin bicicleta (Islandia, Suecia, Bosnia y Herzegovina). Una de las reflexiones obligadas del viaje es, ¿qué es Europa, o qué es la civilización europea?, ¿qué cosas tienen en común estos 18 países?, ¿qué distingue a estas 18 naciones europeas de México, y qué los asemeja? 

La muestra de países que visité es muy diversa en varios aspectos. Por ejemplo, el económico: estuve en países ricos (Europa del norte), otros no tan ricos pero más prósperos que México (los de Europa central), y finalmente otros igual o más pobres que México (Turquía está casi empatada con México, pero Serbia, Bulgaria y Bosnia son países más pobres). En Suecia, el país más rico que visité, el ingreso promedio (ajustado por paridad de poder de compra) es casi cinco veces mayor al de Bosnia y Herzegovina, el más pobre. En otros aspectos, como religión o historia, la diversidad también salta a la vista.

Y a pesar de todo lo anterior, hay cosas que, después de 7 meses en Europa, me brincaron al volver a México. Cosas que marcan a México como un país distintivamente no-europeo. La primera es la aplastante, ubicua, eterna desigualdad socio-económica que el país nunca ha podido (o querido) sacudirse. Ningún país europeo muestra los contrastes entre riqueza y miseria que vemos en México todos los días, en todas las ciudades del país. En promedio, los búlgaros, bosniacos y serbios viven con menos dinero que los mexicanos. Pero su distribución del ingreso es mucho más equitativa, de modo que allá es mucho más raro encontrar niños desnutridos o explotados laboralmente. Pobreza seguro la hay, pero la miseria no me la topé por allá. No vi favelas o villas miseria (o slums, o como sea que les llamemos) en esos países, como sí las tenemos en la periferia de las ciudades mexicanas. Y seguramente tampoco tienen empresarios tan ricos como Carlos Slim, el hombre más rico del mundo. Algo hemos hecho mal en México (y en casi toda América Latina) que seguimos siendo sociedades donde tus oportunidades en la vida dependen, en un grado muy alto, de la familia en que naciste (ojo, no digo que este factor no sea importante en otras sociedades,  sino que es particularmente decisivo en las latinoamericanas y africanas, las más desiguales del planeta). 

En los pueblos de Bulgaria era común ver casas "amoladas"...
...pero nada que evidenciara la miseria que vemos en la
periferia de los pueblos y ciudades de México 

Otra cosa que salta a la vista al volver a México es la enorme cantidad de elementos de seguridad -policías y guardias privados- en prácticamente cualquier establecimiento comercial de mediano tamaño. Por ejemplo, se me hace curioso (aunque necesario) que haya policías en los supermercados y en los bancos. Y por todos lados uno ve armas de fuego. México es un país violento y con un alto nivel de crimen, y esto se refleja en la proliferación de individuos cuya función es evitar que se cometan delitos o perseguir a quienes los cometen. Si estuviera escribiendo desde muchas ciudades de la república, seguramente mencionaría también a los soldados fuertemente armados que ahora hacen las veces de policías. En los países europeos -ricos o pobres- la presencia policial es en general muy moderada (más visible en Turquía, debido al combate al terrorismo). Sus tasas de delito son también mucho más bajas.

Un ejemplo interesante del efecto del nivel de inseguridad (o de confianza) de un país en su vida comercial es el de las tiendas de abarrotes. En Turquía me llamó mucho la atención que las tiendas de abarrotes sacan su mercancía a la calle. Colocan comida chatarra y el congelador con helados y el refrigerador de refrescos sobre la banqueta. En México jamás he visto algo así. Por el contrario, lo que hacen no es sólo dejar la mercancía en el interior del establecimiento sino inclusive.. ¡poner barrotes! Muchos dueños de tiendas de abarrotes han tenido que convertir su negocio en una celda de prisión. Y lo mismo podríamos decir de las casas mexicanas, hoy convertidas en auténticas fortalezas con muros de cuatro metros coronados por todo tipo de objetos punzocortantes y alambres electrificados. 

Una tienda de abarrotes en Estambul
Bueno, pero no todos los contrastes son desfavorables para México. Aparte de volver a ver a familiares y amigos, una de las cosas más positivas de volver a la capital mexicana fue constatar que nuestro invierno es tan benigno, tan suave, que no incide en lo absoluto en las actividades cotidianas. Si acaso, la gente duerme con una cobija adicional. Tras constatar los vastos poderes depresivos del invierno europeo -desde Turquía hasta Suecia- estoy redescubriendo el maravilloso clima del altiplano mexicano (si estuviera a nivel de mar, enfrentando el calor opresivo estas latitudes tropicales, no estaría opinando igual).

En general, el ejercicio de contrastar y comparar a tu país con lo visto en viajes no te lleva a decidir si estamos mejor o peor (ya sabemos que, en la escala mundial, estamos más o menos a la mitad en casi todo lo asociado a desarrollo humano) sino a cuestionar y tratar de entender las peculiaridades mexicanas. ¿Por qué nuestras casas tienen azoteas planas en las que se colocan tinacos, pararrayos y tendederos de ropa? ¿Por qué no tenemos casas con techo a dos aguas?, ¿por qué nos dio por pintar de amarillo el borde de las banquetas?, ¿Por qué los edificios de nuestras ciudades son tan chaparros, será que de verdad le tenemos fobia a los apartamentos?, ¿a qué se debe nuestra predilección por los topes como herramienta para hacer más seguras nuestras calles?, ¿cuándo apareció el comercio informal en las calles, y en las estaciones de Metro? De pronto, veo tantos misterios en esta ciudad, tantas preguntas por responder, y me doy cuenta de que, de cierta forma, el viaje aún no ha acabado: simplemente, la ciudad que me vio nacer es mi destino actual. Quiero explorarla, analizarla y entenderla como el lugar exótico y único que es.

3 comentarios:

  1. Buenas tardes Gabriel, soy nuevo en esto de los viajes, tengo una pregunta si quiero viajar 3 o 4 meses como se le hace respecto al boleto del avión, me refiero a la fecha de regreso por si me quiero quedar más tiempo ó menos tiempo y donde lo debo tomar!!…..por ejemplo

    Soy de México compro un boleto a Tailandia yo tengo pensado estar 3 meses allá, pero si por alguna razón me quedo otro mes ó solamente me quedo 2 meses como le hago con el boleto de regreso del avión, cuando llegas a otro país ya debes de tener el boleto de regreso no??...y si llego a Tailandia pero me quiero regresar desde Singapur a México se puede??

    Gracias.

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    1. Hola Anónimo, lo que debes hacer, si no sabes cuándo quieres volver, es preguntar a la aerolínea cuál es el cargo por cambiar la fecha. Normalmente te cobran entre 100 y 200 dólares/euros más la diferencia (en caso de haberla) de tarifa.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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